Carta de Heredia a Domingo del Monte, New York, marzo 15 de 1825

Queridísimo Domingo:
dolorosos son mis sentimientos al empezar esta carta[1]. Nuestra antigua é íntima correspondencia en tiempos mas felices, no puede menos de traer consigo mil recuerdos de amor y de felicidad, que se han disipado como un sueño. Tu carta de 11 de Enero há levantado en mi espíritu todas las sensaciones que te comunicaba tan abierta y francamente apenas las tenía. Te quejas de mi silencio, y veo que no has recibido la que contesté a la anterior tuya. No repetir lo que entonces dije, seria faltar á la franqueza y candidez, inseparables de la amistad. Noticias de la Habana, y el recibimiento áspero que tuviste en Guanes, me dieron el dolor de creer que mi amigo se habia ligado con los mas execrables tiranos, y desertado de la virtud. El huracan que me arrebató de Cuba poco despues, me halló lleno de estas fúnebres ideas. Juzga si la indignacion y la vergüenza podian permitir que la víctima se dirigiese á una persona que reputaba coligada con sus verdugos. Empero, tu recuerdo de nuestra amistad tierna y antigua me convence de tu inocencia. Renovemos, pues, nuestra correspondencia, ya que no temes tenerla con un proscripto. Pero si crees que, puede comprometerte en lo mas mínimo, dímelo y callaré, pues la última de mis desgracias seria la de envolver en mi triste destino á un amigo.
Nada te diré de los dias amargos de mi persecucion. Sus furores no pueden ocultarse á Domingo que me conoce. Despues ha venido el decreto atroz que me cierra p.ª siempre las puertas de mi patria, y no me há causado la mitad de la impresion que el acto doloroso de arrancarme de ella, cuando se me presentaban es…[2] tan fundadas y halagüeñas de paz y de felicidad. No diré como Graco
Ho tale un cor nel petto
Che ne’disastri esulta : un cor che gode
Lottar col fato, e soperarlo…
Pero no lograrán los villanos que me han desterrado quitarme la vida con la pesadumbre. Los estados nuevos americanos me ofrecen patria. En ellos podré vivir en paz, sin que el terror perturbe el descanso de mis noches. Viviré lejos de mi familia, pero no será para siempre.
Ojalá hubiera tomado esta resolucion quince meses há, y no hubiera arruinado mi constitucion en dos inviernos de este horrible clima, aguardando con inconcebible ceguedad la determinacion de mi causa ! Pero hay en el corazon humano sentimientos que dominan y acallan á todos los demas y sofocan aun la voz de la razon, cuya severidad nos intimida. El deseo de volver al seno de mi familia, y de respirar el aire de mi patria, mientras esta no se negaba á contarme en el número de sus hijos me fascinaron sobre los proyectos crueles de la aristocracia dominadora.
Figúrate mis padecimientos en tantos meses de enfermedad casi continua. Entre los dolores de mi cuerpo y la agitacion perpetua de mi espíritu. Estos dos inviernos han acabado no solo con mi cuerpo, sino con mis facultades intelectuales. Cuando yo quejandome de una ingratitud en amor decia
Cuanto es horrible
El desierto de una alma desolada,
Sin flores de esperanza ni frescura!
estaba bien lejos de creer que estos versos, cuya espresion parece exagerada, habian de ser tan pronto la pintura mas verdadera de mi situacion.
Adios, Domingo: bastante te habré fatigado con esta infausta elegia. Pero no debes esperar otra cosa de mi. Las ideas halagüeñas que aun en su afliccion se ofrecían en otro tiempo á mi imaginacion calenturienta, han huido tan lejos, que no comprendo ni como pude creerlas algun dia. Hé dicho adios á la patria, á mi madre y mis hermanas, al amor, á los amigos, á los placeres, á las esperanzas. – Solo me queda mi corazon – y en el tendrás un lugar mientras respire.
José M.ª
Referencias bibliográficas y notas
Deja una respuesta