
Esta mañana oí afuera el sonido de un pito en el tráfico, sin verla podía sentir la frustración del conductor en la intensidad del ruido. De pronto se hizo silencio, se escondieron las hadas y las madrinas, los duendes se metieron en sus huecos y nadie más se asomó.
Entre las ruinas de una casa derrumbada se vió pasar un rebaño de carneros y me asombró que tampoco berrearan. Eran en la comarca horas de silencio interruptas por un niño enlutado y las lágrimas que lanzaba con su tira-piedras a las palomas que aún osaban arrullarse.
La sordera se fue propagando como una epidemia porque nadie escuchaba las buenas razones ni los gritos de rabia. Las luciérnagas no se atrevían a volar por temor a ser delatadas por el sonido de sus alas, los cocuyos apagaron sus luces y dejaron de alimentarse con el polen pensando que se salvarían de la enfermedad. El mundo sin sonidos se fue apagando también y la vida sin matices empezó a marchitarse.
Llovió sin ruido en un mundo de sordos, tanto que se desbordaron los badenes para dejar escapar un barco de papel llevando escondida entre sus pliegues una olvidada semilla. Sorteó el limo y las sucias aguas para renacer en un lodazal propagando al mundo el sonido de sus flores abriéndose al sol. Y el ciclo se repitió tal como lo había predicho el uróboros.
– en el libro de los días estas letras fueron suyas…
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