
Páginas desconocidas u olvidadas de nuestra historia: Estrepitoso Fracaso de Weyler en Cuba 1896-97, por Roig de Leuchsenring
Ya tenemos de nuevo a Valeriano Weyler en Cuba, pero esta vez, no como uno de tantos oficiales realistas cuyo paso por la manigua cubana sólo merece de los propios historiadores españoles la única mención de haberse destacado por su crueldad sanguinaria con prisioneros, ancianos, mujeres y niños -tal durante la guerra del 68, según vimos en las Páginas anteriores,- Sino que ahora, en la guerra del 95, Weyler es enviado a Cuba llevando tras sí las esperanzas de los políticos y gobernantes y de la opinión pública española, como el áncora de salvación con que contaba la Península para solucionar el conflicto cubano, dentro de la política por todos sentida y demandada, de ahogar las protestas y rebeldías criollas contra el despotismo de los gobernantes metropolitanos, con mano dura, a sangre y fuego, mediante la guerra sin cuartel.
No pacificada nunca totalmente la isla después de la farsa que fué el Pacto del Zanjón, el Gobierno de Cánovas, con la ignorancia y torpeza congénitas, respecto a los asuntos insulares, de todos los políticos y gobernantes españoles, envió al fracasado pacificador, general Arsenio Martínez Campos, de capitán general y gobernador de Cuba. Gabriel Maura y Gamazo en su Historia crítica del reinado de don Alfonso XIII durante su menoridad, juzga así esta decisión de Cánovas: «El envío de Martínez Campos a Cuba sin otro bagaje que sus talentos de estratega para combatir a los insurrectos y el prestigio de su nombre para alentar a los buenos españoles, fué torpeza incomprensible, rayana en la insensatez». Según relata el propio historiador español, «para batir a los seis u ocho mil combatientes, en que se calculaba en junio la fuerza de la insurrección, contaba Martínez Campos con 19 buques de guerra y más de 52.000 hombres, y el suceso mostró no obstante que tan abrumadora superioridad era todavía insuficiente». No está demás detallar que en ese ejército peninsular había 20 generales, 228 jefes y 1.845 oficiales. Ni tampoco sirvieron los continuos envíos de nuevas tropas, que en conjunto llegaron a alcanzar la crecida suma de 200.000 hombres, pues la revolución, lejos de ser dominada ni siquiera disminuida o debilitada, creció y se fortificó.
Máximo Gómez y Antonio Maceo realizaron triunfalmente el estratégico plan de La Invasión, partiendo las fuerzas cubanas el 22 de octubre de 1895 desde el mismo lugar -los Mangos de Baraguá- donde 17 años antes el glorioso mulato había levantado su protesta contra el engañoso convenio del Zanjón. En aquellos momentos, según las estadísticas españolas, el ejército de la metrópoli contaba 163.570 hombres, y las fuerzas mambisas sólo 1.053, que a los 12 días de marcha ascendieron a 1.043. Invictos marchan los cubanos de Oriente a Occidente, pasan la trocha, derrotan en reñidos combates a los españoles en Mal Tiempo y Coliseo. El 1ro de enero de 1896, ya compuesta de unos 4.000, la columna invasora penetra en la provincia de La Habana, la atraviesa, entra en Pinar del Río, y el 22 de enero a las 4 de la tarde, Maceo acampa en el término occidental de La Invasión: Mantua. Total: 424 leguas en 92 días, el hecho militar más audaz de la centuria, como lo califica Mr. Clarence King, realizado por no más de 3.000 revolucionarlos cubanos mal armados contra un ejército compuesto en los primeros días del mes de enero de ese año de 1896 de 182.356 hombres mandados por 42 generales, de cuya tropa se destacaron 25.000 hombres sobre la columna invasora, sin poder contenerla ni mucho menos desbaratarla. El valor estratégico y la trascendencia extraordinaria y decisiva que en nuestra revolución de 1895 tuvo esta operación bélica ha quedado precisa y certeramente estudiada, en su aspecto militar, por el primero y más capaz de nuestros especialistas en esas cuestiones, René E. Reyna Cossío, en su admirable libro La Invasión, estudio militar.

El ruidoso fracaso de Martínez Campos produjo el envío de Weyler a Cuba. Maura Gamazo, comentándolo, dice: «La provisión de la vacante de Cuba no dió mucho que pensar al Gobierno, sumiso ejecutor por entonces de cualesquiera veleidades de la pública vocinglería. Entre los tenientes generales que por haber combatido allá en el curso de su carrera militar estaban más capacitados para asumir con pericia el mando supremo, se destacaba don Valeriano Weyler, a la sazón capitán general de Cataluña».
Al llegar a Cuba el 10 de febrero de 1896, Weyler confiesa la fuerza de la revolución. Según aparece en el tomo I de su obra Mi mando en Cuba: «En el momento en que desembarqué la guerra mantenía verdadera importancia… Maceo, después de recorrer la provincia de Pinar del Río y de desbaratar en ella el régimen, habiendo desaparecido de casi todo su territorio hasta el menor vestigio de dominación española, retrocedía en dirección a Oriente… Máximo Gómez se movía en la provincia de La Habana, acercándose unas veces a la línea limítrofe con Pinar del Río, y enderezando las otras su rumbo hacia la capital con objeto de producir alarma».

Julio Romano nos pinta a Weyler, admirable estratega y heroico e invicto general, dominando por completo la revolución cubana durante el año y 8 meses que permaneció al frente del gobierno de la isla. Afirma que vencida la insurrección en las provincias de La Habana, Matanzas, Santa Clara y Puerto Príncipe, se disponía a pacificar la parte oriental de la isla, cuando es relevado por el Gobierno de Madrid: «El caudillo vencía en la Isla, pero era derrotado en España».
Gratuito y mendaz juicio. Weyler fracasó esta vez, más ruidosamente aún que Martínez Campos, en sus propósitos de pacificación de la Isla. Dió de plazo para lograrlo, 2 años, y faltando 3 meses para cumplirse ese término, al ser retirado, nada efectivo ni práctico había conseguido, si descontamos, desde luego, los asesinatos en masas cometidos contra la población indefensa de los campos -ancianos, niños y mujeres- mediante la reconcentración, y los asesinatos, también realizados con sus propios soldados, que en número de 63.067 perecieron, según estadística del historiador español señor Corral en su obra El Desastre. En esta cifra los muertos en acción de guerra sólo suman 4.128, y en cambio, los fallecidos por la fiebre amarilla, 28.819 y por otras enfermedades, 30.120. Comentando este desastre de los planes bélicos de Weyler dice el notabilísimo historiador cubano doctor Benigno Sousa en su libro Máximo Gómez y las invasiones del 75 y del 95: «Efectivamente… había Weyler perdido, al cabo de 2 años, casi la mitad de sus efectivos, devorados por el trópico y la otra mitad corroída por el paludismo la disentería, la fiebre amarilla y las caquexias de todo orden, más parecían sus columnas en marcha enjambres de mendigos hospitalarios y convalecientes, que tropas capaces, a pesar de su innegable valor en el combate.
Maura Gamazo juzgando la actuación de Weyler afirma: «No se columbraba todavía el término de la guerra; en los 15 meses transcurridos no había ésta sino empeorado… y la duración del conflicto no era lo subalterno sino lo primordial, por el posible agotamiento de la paciencia y de los recursos metropolitanos… “Y tan es así que el propio historiador recoge la impresión desalentadora que por la ineficacia de los planes de Weyler existía en esa época en España:
Los periódicos de gran circulación, tan divorciados, como los oligarcas políticos de la masa ciudadana no bullanguera, pero escuchados y temidos en el mundillo parlamentario, seguían preconizando la política de la guerra, al punto de combatir ya algunos de ellos al general Weyler por tibio e ineficaz», Y comparando los éxitos alcanzados en Filipinas por el ejército español, dice Maura Gamazo: «La rápida tramitación y el óptimo cariz de las operaciones militares en el archipiélago filipino perjudicó al renombre de Weyler entre los doctos e indoctos concurrentes a las tertulias de la Península. No aceptaban ellos a comprender cómo con un ejército cuádruple y frente a igual o menor número de enemigos, secundado por quienes, eran capaces de bravuras tan heroicas como la del madrileño que se inmortalizó en Cascorro, el capitán general de Cuba no sólo no domeñaba la insurrección pero ni la infería siquiera golpe tal que permitiese confiar en su pronto acabamiento». Y detalla los fracasos de las trochas, cruzadas varias veces por los revolucionarios cubanos y hasta por el Gobierno civil de la República de Cuba en armas, así como el no menor fracaso de la salida, el 19 de enero de 1897, de Weyler a operaciones, y su regreso el 26 de febrero a la capital sin haber encontrado al Generalísimo Máximo Gómez. Y cita, por último, la indignada consternación que produjo en la Península la noticia de que no obstante «la abrumadora superioridad de los elemento, de guerra españoles», Calixto García había tomado Victoria de las Tunas: «En los primeros días de septiembre llegaron nuevas de haber caído en poder de Calixto García la población de Victoria de las Tunas, guarnecida por 200 españoles; y al ser conocidos los detalles del suceso, la sorpresa general se trocó en justificada indignación. Nada menos que dos semanas había durado el asedio de la plaza por varios millares de insurrectos, que hubieron de asaltar, uno tras otro 13 de los 14 fuertes artillados que la protegían, sin que en tamaño lapso de tiempo acudiese nadie en auxilio de los valerosos sitiados, de cuya heroica tenacidad en resistir a enemigo muy superior por el número y el armamento se narraban conmovedores episodios… ¿Cuál era el provecho de mantener en Cuba un ejército mucho más crecido de lo que fue nunca el de la Península, si podían producirse allí sorpresas que como la de Victoria de las Tunas, duraban 15 días?» (No queremos dejar pasar esta cita, sin rectificar al historiador español sobre los efectivos de ambas fuerzas en el asalto y toma de Victoria de las Tunas. Esta población estaba considerada como plaza fuerte por sus defensas de 19 fuertes, cuartel de mampostería rodeado de foso y trinchera de tierra y el perímetro de la población protegido por una alambrada y 8 fortines, con guarnición de unos 600 hombres, 2 piezas de artillería Krupp y grandes existencias de víveres y municiones. Las tropas cubanas que atacaron la población sólo ascendían a 747 hombres, estando destinado el resto, hasta 1.260 de que disponía el general García, para cubrir los caminos en previsión de la llegada de refuerzos españoles).
Innumerables son los testimonios españoles que podríamos recoger aquí, reveladores del fracaso de Weyler en Cuba durante la guerra del 95.

El general Pando, en julio 4 de 1896, dijo en el Parlamento español, con la autoridad que le daba su conocimiento de la isla, pue, fué gobernador de Pinar del Río en 1878: · «El estado actual de la insurrección es poco más o menos el mismo que hace algunos meses. El espíritu público se ha levantado; pero no hemos adelantado gran cosa, por más que yo espero que en breve plazo se adelante mucho… mientras el general Martínez Campos estuvo allí, no se habían enseñoreado los insurrectos de población alguna: podrían haber entrado, pero era la entrada por la salida. Después ¿qué sucedió? Que desgraciadamente, en la provincia es que yo creía que debían tener mayor castigo, donde era más fácil, a mi ver, que lo tuviesen, que era la provincia de Pinar del Río, en aquella provincia ¡qué dolor! los insurrectos se encontraban en tales condiciones que si se leen las actas de los ayuntamientos en aquella época, se encontrará que la mayor parte de ellos fueron presididos por Maceo, que éste presidía también los bailes y las demás diversiones y actos públicos. Eso no había ocurrido nunca”.
Abarzuza declaró: «Dió el general Weyler, es verdad, unos cuantos bandos, fáciles de escribir, más difíciles de cumplir, en los que se hablaba de concentración a todo trance, y el resultado de la concentración es que hoy se han acumulado más de un millón de almas en los poblados y las ciudades que constituye el elemento más serio y peligroso de Cuba… se creyó que se había conseguido limpiar de insurrectos las provincias occidentales, y al poco tiempo, cuando se vió que Maceo fue a Pinar del Río y se establecía allí permanentemente, volvieron a concederse indultos”.
En términos parecidos, se pronunciaron también en el Parlamento sobre el fracaso de Weyler, en los meses de julio y agosto de 1896, Labra, León y Castillo, Maura, Moret y el propio Martínez Campos, según puede comprobarse leyendo los diarios de sesiones de esos meses.
El gran periodista Luis Morote, que como ya anticipamos en otras Páginas, visitó el campo de insurrección cubana a fines de 1896, en su libro Sagasta, Melilla, Cuba, recogió sus impresiones de visu sobre el fracaso de Weyler en Cuba, dándolas a conocer antes de editarlas en libro a los lectores de El Liberal de Madrid, “Desde el primer día que llegué a Cuba –dice,- desde que al desembarcar en La Habana -25 de octubre de 1896- me enteré de que Weyler no hacía nada de provecho suponiendo que fuese ya hora de acción, pensé en realizar algo sonado, algo que se saliera de los caminos trillados y vulgares del periodismo”. No pudiendo visitar a Maceo, por haber éste muerto casualmente el 7 de diciembre en Punta Brava, resolvió entrevistar al Generalísimo Máximo Gómez, lo que al fin pudo ejecutar, con grave riesgo de su vida en el mes de febrero de 1897. Comprobó que los insurrectos se encontraban campeando libremente por las afueras, no ya de los pueblos sino de las poblaciones de importancia, y estaban enterados de cuanto ocurría en ellas: “¡Y aun dirán en España –comenta- que se va extinguiendo la revolución y pacificando la isla! ¡En qué mundo de mentiras le hacen vivir a mis compatriotas los partes oficiales de la guerra!” Y después de haber sido absuelto en el consejo de guerra que le ordenó formar Máximo Gómez por supuesto espía, en su campamento de Los Barracones, al regresar a Sanctí Spíritus el 15 de febrero de dicho año de 1897, se encontró con que Weyler había llegado a esa ciudad, y fué a visitarle, gastándole burlesca broma a fin de convencerse, por el propio testimonio de don Valeriano, de su incapacidad, su ignorancia y su fracaso en Cuba: “Yo que venía del campamento de Máximo Gómez, yo que era testigo de su fuerza y dominio, yo que con riesgo de la piel podía acreditar que nadie le interrumpió en su tarea de someterme a un consejo de guerra, yo que humilde periodista sabía lo que él ignoraba, no obstante ser su excelencia, general en jefe, le pregunté: -Oiga usted, mi general, ¿dónde está Máximo Gómez?… ¡Máximo Gómez! Máximo Gómez está perdido irremisiblemente: o tendrá que entregárseme o se tirará de cabeza al mar”.
Morote, buen español, a pesar de ser en aquellos momentos un buen liberal y hombre demócrata y humano, comenta: “Eso pinta a un hombre y pinta al país que en él confiaba su salvación. Por esos caminos llegamos al Tratado de París”.

Y el general Blanco, sustituto de Weyler, describe así la situación en que encontró la isla, según cita el conde de Ramanones en su libro Sagasta o el político: “La administración se hallaba en el último grado de perturbación y desorden; el ejército agotado y anémico, poblando los hospitales, sin fuerzas para combatir ni apenas para sostener sus armas; más de 300.000 concentrados agonizantes o famélicos pereciendo de hambre y de miseria alrededor de las poblaciones; el país aterrado, preso de verdadero espanto, obligado a abandonar su sitio o propiedades, gemía bajo la tiranía más espantosa, sin otro recurso para aliviar su terrible situación que ir a engrosar las filas rebeldes”.
No creemos sean necesarias más pruebas demostrativas de la ignorancia y falsedad que encierran las afirmaciones de Julio Romano sobre la actuación de Valeriano Weyler en Cuba. Muy por el contrario de lo que aquél sostiene, “el hombre de hierro” resultó un pelele de trapo, fracasando estrepitosamente en sus propósitos de vencer, o siquiera de debilitar la revolución cubana, y sólo triunfó en lo único para lo que tenía condiciones maravillosas: como asesino de niños, mujeres y ancianos; pero de esto ya nos ocuparemos en otras Páginas.
Bibliografía y notas
Roig de Leuchsenring, E. (13 de enero de 1935). Páginas desconocidas u olvidadas de nuestra historia: Estrepitoso Fracaso de Weyler en Cuba 1896-97. Revista Carteles, 23 pp. 26, 48.
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