
(…) Era una hermosa tarde de Mayo. Velados los rayos del sol por una transparente gasa de azul y blanco, coloraban débilmente los contornos de la capital de Cuba, reflejándose con tintas mas fuertes y brillantes en la colina sobre la cual se eleva el Castillo del Príncipe. La brisa de los campos refrescaba el ambiente, abrasado pocas horas antes por los ardores de aquella misma hoguera misteriosa, cuya lumbre se apagaba entre las flotantes nubes, precursoras de la noche, y una multitud de carruages, que á manera de carros triunfales ostentaban con orgullo la opulencia y los atractivos de las graciosas habaneras, iba y venia por la calzada de San Lázaro, levantando montañas de, polvo, con el cual todas debían confundirse, unas mas temprano, otras mas tarde. [Leer más…] acerca de El Cementerio de Espada